Toda la población siente que los precios han subido significativamente en los últimos seis meses. Bueno, casi toda. Los resultados de un reciente estudio de Criteria son elocuentes. La inflación es una experiencia cotidiana, ya no es un cuco o una amenaza de los expertos para ordenar la política macroeconómica.
El 99,5% de la ciudadanía percibe alzas significativas de los precios en los últimos seis meses y ubica, por primera vez en décadas, a la inflación entre sus principales preocupaciones. La inflación pasó rápidamente a ser tema de conversación, siendo las personas de 55 y más años las que más recuerdan haber vivido en alguna época de sus vidas un periodo el alza cotidiana de los precios.
Comprar mercadería los mismos días de pago de sueldos antes que subieran de precio, ir a la feria con papel y lápiz para sumar, o recorrer el supermercado con calculadora en mano fueron estrategias comunes para calcular el costo de la vida in situ y aterrizar el hambre durante buena parte de los 70s y 80s. Recuerdos borrosos, para muchos, o inexistentes para más de la mitad de la población (56%) que no conocía la inflación más que en los libros de historia y que hoy se la encuentra de frente.
Un fenómeno nuevo, desconocido y muy amenazante que despierta una emocionalidad consonante al contexto: ira, miedo y tristeza. Más miedo entre personas adultas que sufrieron el detrimento inflacionario en el pasado y una ira que habita más entre los jóvenes que recién están experimentando un alza sostenida en el costo de la vida. Es desde esa tonalidad emocional que la sociedad busca explicaciones y responsables de la inflación.
Y como la historia de la colusión y los abusos empresariales está en la retina de la ciudadanía, los principales apuntados como responsables del aumento del costo de la vida son los empresarios, según muestra el mismo estudio. Elementos como la injusticia, el aprovechamiento, la colusión y el abuso resultan más verosímiles que el exceso de dinero circulante, la escasez de productos por conflictos bélicos, el menor crecimiento económico, el exceso de demanda por los retiros y los IFE, o la menor oferta de productos por la pandemia. Nada de ello hace tanto sentido a las personas como el que los empresarios suben los precios de manera artificial para tener más ganancias.
Una subjetividad maniquea que se refuerza cuando la clase política se pierde entre exculpaciones e incriminaciones que denotan la carencia de un relato homogéneo y consensuado que permita entregarle a las personas una idea clara sobre las causas del problema y cómo enfrentarlo. A pronto andar, al igual como ocurrió frente a la pandemia, ya vemos la tensión entre relatos políticos competitivos para explicar el fenómeno.
Al interior de la izquierda, un grupo más tecnocrático ve la oportunidad de demostrar que el gobierno cuenta con las capacidades técnicas para resolver, mientras que otros de la misma coalición se ven tentados a consolidar el juicio contra el empresariado y la colusión. De hecho, ya han instalado desde cierta izquierda la idea de asedio de los poderes fácticos contra el Gobierno y el alza de los precios podría ayudar a alimentar esa narrativa.
Desde la vereda de enfrente, la derecha se verá seducida a disparar directo al corazón del gobierno, responsabilizándolo de la situación inflacionaria por haber apoyado uno tras otros los retiros previsionales cuando eran oposición.
Así, el fenómeno inflacionario no sólo reúne componentes técnicos para su explicación, sino que también, relatos políticos y sociales en pugna por adjudicarse la interpretación de un problema social, pero eminentemente técnico. El riesgo es que en medio de este tira y afloja entre los políticos aparezca un nuevo estallido de ira entre la población que, a diferencia de la inflación, sí lo conocemos todos con independencia de la edad y que también late en busca de expresión.
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