Hay días en que parece que Daniel Jadue respira por la herida. Sus tempranas y constantes críticas al gobierno de su coalición bien podrían ser leídas como parte de un cuadro de envidia postelectoral, como la amarga queja de un pretendiente descartado que insiste en enrostrarle su error a la pretendida, aun cuando ésta no parece arrepentida.
Pero al mirar con mayor detención la dirección de los dardos del alcalde, asoma una agenda de construcción de poder político que deja al despecho como un mero condimento en el cuadro general.
Las primeras acciones beligerantes del edil hacia el gobierno eran más bien generales y carentes de foco. Se debatía entre consignas sobre política y economía propias del lenguaje de barricada y acciones que abiertamente incomodaban al Gobierno en temas de política exterior.
En esos días, sin embargo, la distancia de Jadue era -aunque más extrema- coherente con la actitud general de su partido, que durante las primeras semanas de instalación mostró bajos niveles de compromiso hacia el Ejecutivo.
Las cosas comenzaron a cambiar, sin embargo, tras el mayor involucramiento del PC para con el Gobierno, un giro en el que la cumbre Teillier-Marcel parece haber marcado un punto de inflexión. Pero el acercamiento de la cúpula del partido -y con ella de la mayoría de la bancada comunista- con el Gobierno no parece aún lo suficientemente robusto como para justificar un golpe de timón de la tienda hacia su excandidato presidencial.
Mientras en el pasado las ácidas críticas de Jadue a Bachelet en su rol de Alto Comisionado ONU le valieron la reprimenda de su partido y lo llevaron a disculparse, su desdén hacia un gobierno en el que el PC es bastante más protagonista que en el de la Nueva Mayoría no parece ser motivo aún de amonestación ni procedimiento disciplinario alguno. Esto puede tener varias razones, pero tal parece que la más poderosa de todas es que las salidas de libreto de Jadue interpretan a una cada vez más amplia base oficialista disconforme.
Así las cosas, la condición de primer vocero y aspirante a líder de la nueva autoflagelancia de Apruebo Dignidad le entregan a Jadue un poder cuyas dimensiones son aún inciertas. Entre la perplejidad y las desconfianzas de un oficialismo fraccionado y los constantes zigzagueos políticos del Gobierno, el mundo al que apela Jadue con su mordacidad bien podría develarse como una fuerza nada despreciable si se dan las condiciones para que se exprese.
Ese cuadro solo se agudiza a la luz de las tensiones internas del comunismo y la existencia cada vez más marcada de un fenómeno prácticamente desconocido para el PC: la división del partido en facciones y lotes.
Este último es, probablemente, el factor que más discrimina en favor de la impunidad con la que se mueve Jadue hasta ahora. En cualquier otra circunstancia, resulta difícil imaginarse al PC tolerando que un militante se ponga en abierta oposición con la línea del partido, más aún cuando las condiciones de éxito de la apuesta de Jadue no son sino el fracaso del Gobierno de Apruebo Dignidad. Pero el PC no parece ser el de antaño, el exitoso decenio de acumulación de fuerza y presencia institucional ha complejizado su administración y las nuevas generaciones no parecen tan dadas a la disciplina de partido de cuadros.
Con todo, la apuesta de Jadue no parece ser un arrebato de tintes heroicos, sino más bien un calculado proceso de presión hacia su partido y su Gobierno. De hecho, en las últimas semanas las críticas del edil se han concentrado en los temas de seguridad y orden público, evitando tocar el eje Hacienda-Trabajo donde su partido está más involucrado.
Golpear a Siches no sólo le resulta rentable a nivel de las audiencias de izquierda vociferante, sino que es un blanco en el que las dos otras fuerzas de su partido (Teillier y Vallejo) no resienten particularmente el golpe.
Así las cosas, lo de Jadue asoma como una apuesta de crecimiento a costa del Gobierno pero no en contra del PC. La ausencia de una medición real de fuerzas al interior del partido parece estar morigerando el alcance de la artillería del edil, encapsulando el conflicto en una ondulante guerra fría cuyo desenlace se mantendrá incierto mientras no se midan electoralmente las facciones al interior del partido.
Mientras tanto, el alcalde de Recoleta seguirá regando la planta del descontento sembrada en su jardín lo que lo mantendrá curiosamente hermanado con la única figura de oposición que ha desplegado una apuesta similar: José Antonio Kast.
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