La exitosa campaña de segunda vuelta, coronada con un macizo triunfo para el hoy presidente Boric, posicionó a Izkia Siches como “la jefa” del comando, sorprendiendo por su arrastre en las calles y concentraciones y cimentando el poder de la actual Ministra del Interior.
Considerada clave en el despliegue territorial, se le atribuyó casi en exclusiva el haber revertido los pésimos resultados de la primera vuelta del candidato Boric en el Norte Grande. Pero no sólo eso, también se vinculó a su inclusión en el comando el cambio de ánimo de las huestes de Apruebo Dignidad, muy desalentadas tras haber quedado detrás del candidato Kast.
Un mejor ánimo posibilitó girar el rumbo y la épica de la campaña, convocando a la gente y ampliando los acotados marcos de Apruebo Dignidad. “Izkia repletaba las calles y plazas en los lugares que visitaba. Tengo la foto de Antofagasta, con miles de personas que llenaban una de las calles principales de la ciudad”, señalaba al día siguiente de la elección Francisca Perales, encargada territorial de la campaña en la Macrozona Norte.
Fue una exaltación política y social de su persona, que en el fuero interno de Siches debe haber resonado como una consecuencia natural de la alta valoración pública que le significó su buen desempeño en la presidencia del Colegio Médico durante la crisis sanitaria.
También es probable que sintiera que Chile la admiraba y tenía constancia de ello desde antes de su paso por el comando ganador. En la encuesta Criteria de junio de 2020 irrumpía como figura presidenciable con un 4% de las preferencias espontáneas, algo inédito entre los y las dirigentes de la camada frenteamplista o de las luchas contra el lucro en 2011.
El capital político acumulado le permitió elegir su sitial en La Moneda. Optó por el ministerio más visible pero también el más expuesto. Asumió con una sonrisa la cartera de más poder, análoga a una vicepresidencia de La República, seguramente pensando en el tremendo desafío y, por qué no también, en que era el reconocimiento merecido y la mejor alternativa a lo que podría haber sido su propia presidencia de no haberla descartado anticipadamente ese 2020.
Resultó que, a corto andar, su ambición se tropezó con la contracara del amor idealizado. La exigencia, las pruebas y también la decepción.
Mientras que sus primeras semanas Siches siguió enfatizando una simbología en modo campaña, la ciudadanía le exigió respuestas acordes a la responsabilidad que ella misma había elegido: hacerse cargo del (des) orden público y de la crisis migratoria, entre otras. La realidad le mostró que en el cargo poco servía apostar a las cámaras antes que al diálogo y menos tirar la pelota al córner responsabilizando a los medios, al poder judicial o al accionar de carabineros de lo que ahora eran responsabilidades de su cargo.
Un aprendizaje por shock que esta semana la devolvió rápidamente a la dura realidad de tener que apañar a los carabineros, hablar de orden público, dejar de hablar de Wallmapu en referencia a la Araucanía y de pagar costos con sus fans. Porque así es la pega dura e ingrata de ser Ministra de Interior. Ésa y ser el fusible que salta para defender al presidente elegido en las urnas.
No por nada hoy ella está al frente, quemando su capital político electoral y el Presidente en un espacio más cuidado y protegido como corresponde al jefe de gobierno. Ella, obligada a contradecirse y pedir disculpas públicas mientras el Presidente felicita la participación de Bestia en el Oscar y le hace una apología a la generación dorada tras su eliminación de Catar.
Esto recién comienza y la suerte jamás estará echada para alguien tan joven y de rápido aprendizaje como la ministra Siches. De seguro, más que enrollarse por no haber tomado la opción presidencial cuando se le apareció, aún alberga el sueño de ser la primera Ministra del Interior que logra transformarse en presidenta desde la vuelta a la democracia. Al menos, ambición no le falta.
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