Son muchas las personas indecisas frente al plebiscito de salida. Están los que se declaran así en las encuestas, pero también están los que votarán apruebo con el sentimiento de estar siendo irresponsables o los que votarán rechazo con la esperanza de que haya una reforma, pero dudando de la vocación reformista de parte de la derecha.
En fin, los indecisos mayoritariamente no sólo desconfían de las bondades del proyecto constitucional, sino también del espíritu que anida en la convención, en el gobierno y en la oposición.
Bajo el predominio de los particularismos, el universal que permite integrar en un todo al país, ha desaparecido del debate del proceso constituyente. Éste debió canalizar la protesta social de octubre del 19, pero no validar la violencia política como fuente de su legitimidad.
Los indecisos son los que no aceptan de buenas a primeras ser llevados al dilema binario en que nos metió el proceso constitucional. Porque, es cierto, la inmensa mayoría (el 78% para ser precisos) quiere un cambio de constitución, pero no necesariamente la totalidad de lo propuesto por la convención.
Podremos querer el estado social, pero no un poder judicial disminuido; podrá estarse de acuerdo con reconocer los derechos y cultura de los pueblos originarios, pero no necesariamente aprobar la balcanización del país; podrá quererse un presidencialismo menos dominante, pero no necesariamente traspasar el gasto público a la cámara de diputados; podrá estimarse que dos cámaras espejo es un despropósito, pero no necesariamente eliminar el senado parece una buena solución.
Los indecisos son los que no pueden creer que hayamos llegado a este punto, los que buscan en palabras descartadas por el lenguaje políticamente correcto (Patria, Comunidad, República) un sentido común que permita superar las grietas que con tanto entusiasmo se profundizan cada día.
A medida que se acercan las fechas decisivas, las campañas irán tornándose más agresivas y belicosas. Las críticas al adversario serán cada día más agrias y ofensivas. Seremos blancos o seremos negros, no habrá espacio para la duda, esa actitud sin la cual el hombre pierde su humanidad.
Es cierto, no hay tercera vía. Estamos convocados a aprobar o rechazar. Lo que está más o menos claro es que no habrá un 78% a favor de alguna de las dos opciones. Ambas esperan ganar aunque sea por un voto.
En otras palabras, la cuestión constitucional seguirá abierta.
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