Abril 27, 2025

El Papa Francisco y las mujeres: su legado. Por Valentina Nilo

Licenciada en filosofía UC, Magíster y Candidata a Doctorado en Teología en Boston College

El pontificado de Francisco fue profundamente transformador. El fallecido Papa insistió en la necesidad de ampliar la participación de las mujeres en roles de liderazgo, en tareas pastorales y en espacios de toma de decisiones dentro de la Iglesia Católica. Esfuerzos que se dieron en medio de tensiones y resistencias internas y para otros fueron insuficientes o incompletos.


El fallecimiento del Papa Francisco el 21 de abril de 2025, a los 88 años, pone término a un pontificado profundamente transformador en la historia de la Iglesia Católica. Su elección en 2013 como el primer pontífice latinoamericano inauguró un cambio de paradigma en el ejercicio del liderazgo eclesial, al encarnar un estilo pastoral orientado a las experiencias concretas de las personas.

Aportó también una identidad refrescante, haciendo hincapié en la misericordia, el diálogo y el acompañamiento, y enfatizando la misión de la Iglesia de servir a los más marginados. Esta sensibilidad tuvo implicancias significativas para la configuración de la Iglesia universal y deja, en particular, un Vaticano cambiado para las mujeres.

A lo largo de su pontificado, el Papa Francisco insistió en la necesidad de ampliar la participación de las mujeres en roles de liderazgo, en tareas pastorales y en espacios de toma de decisiones dentro de la Iglesia Católica. Esfuerzos que sin duda se empujaron en medio de tensiones y resistencias internas.

Francisco heredó un cuerpo doctrinal consolidado por sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, cuyas enseñanzas sobre género se constituyen en torno a la noción de complementariedad, perspectiva que ha modelado durante décadas tanto la participación eclesial de las mujeres como su rol en el orden social, y que fundamenta la identidad femenina en la maternidad, el cuidado y entrega a los demás.

En sus intervenciones relativas a las mujeres—particularmente en Amoris Laetitia—, el Papa Francisco, si bien se mantiene en continuidad con la tradición doctrinal heredada, expande la discusión al centrar su argumentación en la conciencia, el discernimiento y la experiencia concreta de las personas. Celebra la diferencia entre lo femenino y lo masculino como una expresión de la creatividad divina, afirmando que el varón está llamado a proteger, mientras que la mujer se orienta hacia el cuidado maternal.

No obstante, enfatiza que estos roles no deben entenderse como fijos ni inmutables, ni en la Iglesia ni en la sociedad. Francisco se distancia de un lenguaje que define lo femenino exclusivamente en términos de maternidad y entrega, y si bien reafirma la noción de complementariedad, la matiza al señalar que esta no implica la asignación de roles específicos ni estáticos según el sexo. Por el contrario, más bien potencia las particularidades que cada cual aporta a la vida familiar y comunitaria desde su individualidad, habilidades, intereses y contexto vital.

Para Francisco, los modos en que los seres humanos se comportan y viven en el mundo no están solo determinados por su biología y subraya que las personas están configuradas por “múltiples elementos que tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura, las experiencias vividas, la formación recibida, las influencias de amigos, familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas.”

La misma tensión que caracterizó la aproximación doctrinal del Papa Francisco a las cuestiones de género y feminidad se refleja también en sus posturas y acciones concretas respecto al rol de las mujeres en la vida eclesial. Esto se demuestra en su constante reiteración de ampliar su participación en espacios de liderazgo, en funciones pastorales y en instancias de toma de decisiones dentro de la Iglesia.

Como es conocido, las mujeres no tienen la autorización para administrar sacramentos, una de las fuertes bases de la vida eclesial, por lo que estas afirmaciones no estuvieron exentas de controversia ni de fuertes resistencias internas.

En Querida Amazonia, Francisco visibiliza con claridad esta realidad al señalar que, en numerosos contextos donde el acceso a sacerdotes es limitado o inexistente, son las mujeres quienes asumen gran parte del trabajo pastoral y comunitario, liderando parroquias, escuelas, hospitales y otras instancias eclesiales. Denuncia como una actitud clericalista y despectiva el afirmar que dichas mujeres no ejercen un liderazgo real por no ser sacerdotes, subrayando así la necesidad de superar una visión reduccionista del poder y la autoridad en la Iglesia.

Durante su pontificado, el Papa Francisco implementó una serie de reformas significativas orientadas a ampliar el reconocimiento institucional de la participación de las mujeres en la vida eclesial.

Entre esas medidas, destaca la modificación del Derecho Canónico para permitir formalmente que personas laicas —incluidas las mujeres— ejerzan los ministerios instituidos de lectorado, acolitado y catequesis. Si bien muchas mujeres ya desempeñaban estas funciones de hecho, su formalización canónica contribuyó a legitimar y fortalecer su presencia ministerial.

Asimismo, Francisco creó dos comisiones para el estudio del acceso de las mujeres al diaconado permanente, lo cual refleja una disposición a abrir espacios de diálogo en torno a una cuestión históricamente controvertida, aunque optó por no emitir definiciones concluyentes. En el plano institucional, nombró por primera vez a una mujer como prefecta de un dicasterio de la Curia Romana y a otra como presidenta del Gobierno del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Finalmente, en 2024, se produjo un hito sin precedentes al otorgarse a mujeres el derecho a participar con voz y voto en el Sínodo sobre la Sinodalidad, lo que constituyó una ruptura significativa respecto de las prácticas previas de exclusión formal en este tipo de instancias deliberativas.

En conjunto, estos gestos dan cuenta de un pontífice que buscó mantenerse fiel a la tradición y al legado doctrinal de sus predecesores, al mismo tiempo que intentó responder con honestidad pastoral a los desafíos y transformaciones del mundo contemporáneo. Su actitud de apertura fue inédita en muchos aspectos, caracterizada por una voluntad sostenida de comprender las vidas concretas de las personas y de acoger, desde la compasión y la ternura, sus luchas y sufrimientos.

Add ImageFrancisco fue un Papa que habitó numerosas tensiones dentro de la estructura vaticana, tensiones que se manifestaron en ambigüedades doctrinales y gestos que, si bien para algunos resultaron transformadores, para otros fueron insuficientes o incompletos.

Como era de esperar, sus acciones han sido objeto de controversia. Sus defensores celebran sus iniciativas como gestos audaces y disruptivos en la historia reciente de la Iglesia, mientras que sus detractores las han considerado cambios apenas simbólicos o demasiado tímidos frente a las urgencias actuales. Sin embargo, más allá de las interpretaciones divergentes, lo cierto es que Francisco imprimió una nueva dirección al catolicismo contemporáneo.

Cambió una cultura: se preocupó por transformar actitudes, lenguajes y prácticas eclesiales, fomentando un giro hacia una Iglesia más cercana, humilde y sensible a las realidades de su pueblo. No solo promovió reformas, sino que sembró una nueva manera de ser Iglesia, capaz de escuchar, de acompañar y de construir comunión en medio de la complejidad del mundo actual.

Su énfasis constante en la experiencia vivida, el discernimiento espiritual y el cuidado pastoral condujo a una conversión eclesial radical. El duelo de Francisco es un duelo cargado de gratitud y consolación, por el bien que hizo a una institución herida, también un duelo teñido de incertidumbre sobre cómo el próximo liderazgo recibirá este valioso legado.

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