Julio 9, 2022

El libro que vio venir muchas cosas y que debiera leer (y releer) la derecha. Por Bernardo Solís

Ex-Ante

Daniel Mansuy describió en Nos fuimos quedando en silencio (2016) lo que habían traído las movilizaciones estudiantiles como el fin del consenso de los 30 años. Un estallido y una pandemia después, los protagonistas de las marchas universitarias hoy están en La Moneda y en menos de dos meses un plebiscito dirimirá las ideas de esas marchas, y muchas otras, plasmadas en una propuesta de Constitución. Se trata de una reflexión muy actual sobre todo para la derecha.


Un texto que vio venir muchas cosas. Hace seis años, Daniel Mansuy publicó un libro que debió haber tenido mejor vida entonces pero que hoy, en medio de la coyuntura, muestra buena vejez. Nos fuimos quedando en silencio. La agonía del Chile de la transición (Editorial Tajamar, 2016, 280 páginas) le debe su título a una de las canciones más lacrimosas del dúo Schwenke & Nilo y analiza las líneas que por entonces se abrían a partir de las movilizaciones estudiantiles de 2011.

  • Hoy, la carta del ex presidente Ricardo Lagos actualiza el ensayo de Mansuy. Sobre todo en la reflexión sobre la derecha y los desafíos que tiene en una transición que a estas alturas está definitivamente muerta.
  • En el 2016, dice Mansuy, lo que habían traído las movilizaciones estudiantiles fue el fin del consenso de los treinta años; un estallido y una pandemia después, los protagonistas de las marchas universitarias hoy están en La Moneda y en menos de dos meses un plebiscito dirimirá las ideas de esas marchas, y muchas otras, plasmadas en una propuesta de Constitución.
  • El libro, hay que decirlo, vio venir muchas cosas; otras, no. Por ejemplo, no hay en él menciones a La Araucanía y hace una, al paso, a la delincuencia. Pero su vigencia nace de los desafíos que le deja a la derecha que, desde que Ricardo Lagos viralizó su carta, debate qué cosas cambiarle a la actual Constitución frente a la presentada por la Convención. Una renovación express que está ordenadita, casi con peras y manzanas, en el prólogo del libro.Es un cierre realista a un mundo que se sustentaba en el consenso y en la convicción de que el crecimiento económico resolvía casi todo.

 

La revolución. En solo una generación, dice Mansuy, el país cambió de punta a cabo. Una transformación radical que superó a cualquiera de las que habían intentado hacerse antes. Escribe Mansuy: “Esto es un poco paradójico, pero la auténtica revolución modernizadora en Chile fue obra de los economistas de Chicago. Con todo, fue llevada a cabo de tal modo que nos dejó poco (o nada de) tiempo para reflexionar (ni hablar de deliberar) sobre su naturaleza y sus efectos: es como si lo hubiéramos soportado de forma puramente pasiva, más que haberlo gobernado políticamente”.

  • “Hasta cierto punto, esto es normal y esperable en un régimen autoritario. El problema es que, en rigor, el regreso a la democracia no modificó sustancialmente esta dimensión de las cosas. El estilo de gobierno de la primera Concertación adoleció de un grave defecto: no asumir la primacía del factor político, no asumir plenamente las decisiones que se tomaron, culpando con frecuencia a factores extrínsecos. En el fondo, el no lo podemos reconocer equivale a no lo podemos deliberar. Por paradójico que suene, el fin de la dictadura no permitió una mayor reflexión sobre el proceso iniciado por los Chicago boys. La crisis actual es, de algún modo, una reacción a todo aquello”.
  • Esa falta de reflexión afectó a todos los políticos, y ahora con el tiempo se ve que especialmente a la derecha. “Nuestro proceso posee, además, otra singularidad: se realizó casi exclusivamente por medio de la expansión del mercado. Ese fue el gran instrumento introducido en muchos ámbitos de la vida social, en los que antes habían imperado otras lógicas”.
  • “Este cambio profundo tampoco ha sido objeto de una evaluación razonada: ¿hasta dónde queremos que llegue el mercado? ¿Debe la lógica económica gobernar todos los aspectos de la vida social? ¿Dónde funciona bien y donde menos bien? ¿Qué límites ha de tener? ¿En qué medida y cómo el mercado erosiona algunos vínculos sociales? Estas preguntas, de carácter esencialmente político, merecen ser explicitadas del mejor modo posible. En ese sentido, se hace urgente rehabilitar la sede política con el fin de ser capaces, al menos, de formularlas debidamente”.
  • Y para ser más claro, anota Mansuy: “Una comprensión puramente técnica, o estadística, puede ser muy útil para algunas disciplinas, pero en política tiene un alcance limitado (es indispensable como insumo, pero incapaz de orientar de modo efectivo). Por eso, como veremos en detalle más adelante, son tan insuficientes las respuestas provenientes de cierta derecha, según las cuales el problema reside en que las percepciones públicas no estarían alineadas con los ‘datos duros’. Quizás la monarquía francesa podría haber dicho algo similar en 1788, pero difícilmente un argumento de esa índole hubiera persuadido a mucha gente. De hecho, cuando estudia esta cuestión, Tocqueville llega a la misma conclusión: los últimos decenios de la monarquía francesa, antes de la Revolución, fueron excepcionalmente prósperos”.

Los jubilados.  En la crisis del 2011, Mansuy ve algo que lo asombra y que explica parte del presente: a los próceres concertacionistas renegando de su obra.

  • “Los mismos cuyas voces escuchaba de niño en Cooperativa, en un ambiente rodeado de tensión, y cuyos rostros aparecían envueltos de épica en Apsi o Análisis; los mismos que, pasados los años, respeté como arquitectos de una operación política sumamente delicada, no trepidaron en asumir, a partir de las movilizaciones del 2011, un discurso que echaba por la borda buena parte de sus propias vidas: el rechazo a la transición se convirtió en parte del lenguaje corriente incluso para quienes la habían protagonizado”.
  • “Dicho de otro modo, algo de la mayor importancia ocurrió cuando políticos serios y responsables abandonaron la defensa de sus biografías”. Eso, dice, fue una abdicación. Por las razones que fueran: electorales o sinceras. “Esa renuncia fue, en el fondo, una manifestación de cierto silencio, un silencio que seguirá resonando por largo tiempo porque toca tanto el pasado (no quieren asumir lo que hicieron) como sobre el futuro (no tienen nada relevante que decir sobre él)”.

 

Atria. La crítica de Fernando Atria a la transición, sostiene Mansuy, es la más sofisticada que se ha realizado. La llama, de hecho, “El regreso de la Historia”, para graficar que vuelve a pensarse la política en profundidad. Pero, dice, es una respuesta peligrosa que llega a soluciones teóricas “tan radicales como descarnadas”.

  • El proyecto de Atria, sintetiza Manzuy, se explica a partir de una lógica en que “la diferenciación moderna operada por el mercado puede ser superada a través de la exclusión del mercado de algunos bienes, luego de lo cual podríamos acercarnos al ideal de la realización recíproca (y esta última también podría entenderse como un estado de unidad)”.
  • Pero, apunta, eso no es posible “ya que el mundo tiene códigos y resistencias que no pueden ser violentados impunemente. En ese sentido, y aun concediendo que el mercado tiende necesariamente a segmentar (y que, como hemos dicho, hay que tomarse en serio las patologías implícitas), el fenómeno no puede ser reducido a un solo factor (o bien: la modernización no está constituida solo por el mercado)”. Una abstracción que, dice, “es antipolítica en la medida en que niega la consideración de bienes humanos efectivos en la elaboración de su paradigma y le atribuye a la historia la solución de nuestros problemas”.
  • El ensayo de Manzuy tiene aristas múltiples. Según nos acerquemos a la definición de septiembre, probablemente surjan muchas más. Pero hoy uno de sus centros es la derecha, y en eso recuerda lo que dijera el propio Lagos cuando quiso ser candidato la última vez: que lo hacía porque era importante para configurar la izquierda de los años que vendrían

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