Tras un año de intenso trabajo, el lunes 4 de julio se da por terminada la Convención Constitucional mediante una ceremonia de cierre y la entrega del texto armonizado.
Un cierre en un escenario marcado por el crecimiento del rechazo al borrador en las encuestas y completamente impensado si nos atenemos a las expectativas previas, donde una mayoría de la población depositó sus sueños en la renovación de rostros y prácticas, pero principalmente en el cambio constitucional que se iniciaba con la Convención.
Sin embargo, a corto andar, pasó que la dinámica identitaria y maximalista, así como los exabruptos y chambonadas de algunos y algunas convencionales, hicieron desvanecer los sueños y alimentar la desilusión con el órgano constitucional. El resto es historia conocida.
Ahora viene otra historia, la decisión plebiscitaria. Según los mismos sondeos que han venido revelando el crecimiento del rechazo, es la frustración con el proceso lo que en gran medida ha explicado esta alza. Por lo mismo, el sector que aboga por la victoria del Apruebo apuesta a que, con el cierre de la Convención, las huellas que dejaron las polémicas no serán determinantes, y que la campaña logrará transcender la amargura ciudadana para así centrarse en el contenido de una propuesta constitucional que, en su visión, sí estaría en sintonía con las demandas de la sociedad.
Una aproximación del todo lógica, pero algo voluntarista, pues supone la intención de ciertos convencionales de cambiar sus conductas, o derechamente hacerse un lado durante la campaña. Pero, además, porque todo apunta a que para la ciudadanía las formas también han pasado a ser parte del fondo, permeando críticamente la mirada sobre el texto y posiblemente la disposición misma a escuchar las bondades hasta ahora silenciadas de los contenidos.
Al hacer el ejercicio retrospectivo del año transcurrido, será complejo separar el mensaje de los mensajeros dada la cantidad y diversidad de dinámicas impensadas que se dieron entre los convencionales. En los anales de la historia quedará la gran mentira de Rojas Vade con el falso diagnóstico de cáncer y las dificultades suscitadas para desvincularlo, los eco constituyentes de movimientos sociales gritándoles “traidores” en el pleno al Colectivo Socialista luego del rechazo del informe de Medioambiente, o el convencional al que un día le pareció buena idea votar en medio de su ducha.
Casos patéticos o risibles como los anteriores abundaron y de seguro aportaron a sazonar el descrédito de la Convención Constitucional, quedando documentados como parte indisoluble del relato. Pero la historia también dirá que eran otros convencionales los llamados a poner el tono y el temple del proceso y que fracasaron rotundamente.
Aquellos que por años apuntaron a la Constitución del 80`, incluso pasada por el cedazo de Ricardo Lagos como la madre de todas las desigualdades, que aleonaron y convencieron a la ciudadanía de la importancia de empujar un cambio constitucional, y que se restaron de empujar una dinámica inclusiva que se hiciera cargo de construir lo que ellos mismos habían dibujado como tierra prometida: una casa común para todos.
Aquellos que, a diferencia de los representantes territoriales y movimientos sociales históricamente marginados, se caracterizaron por no haber sido nunca excluidos de nada. Aquellos que, ya sea por su cuna, posición socioeconómica, trayectoria académica, conocimiento constitucional y experiencia política, tenían la responsabilidad de ir más allá de sus egos e intereses particulares para conducir un debate que no azuzara la polarización y minara la confianza ciudadana en la Convención Constitucional.
Sorpresivo fue encontrar desde el inicio a estos constituyentes, hijos privilegiados de los 30 años, siendo cómplices activos del juego de la rabia y la fragmentación. Cuales machos alfa intentaron tempranamente adjudicarse la paternidad de una nueva constitución sin ver que en su egótico negocio sacrificaban buena parte de la virtuosidad del proceso. Y peor aún, por pretender sumarse al baile de los que sobran, terminaron bailando con el presidencialismo acordado entre el PC y la UDI.
Este lunes empieza la campaña. El Apruebo intentará soslayar el impresionismo performático de los convencionales y pasar al contenido para recuperar cancha frente a un rechazo, quizás inminente, en un desafío tan complejo como inevitable e imprevisible. Como será muy difícil separar el pan del panadero, muchos mirarán críticamente a los convencionales más escandalosos. Ahora bien, si termina ganando el rechazo, la historia dirá que fueron otros, esos que se creyeron más vivos que el resto, los que se transformaron, citando a Jorge Navarrete, en “el verdadero rostro de la farra”.
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