“Bienvenida de vuelta!” Con esas palabras, el presidente Gabriel Boric celebró, vía twitter, el retorno de Michelle Bachelet a Chile en un anuncio que se sustentaba en consideraciones personales, pero también -y fundamentalmente- en consideraciones políticas “Chile está viviendo un momento muy importante en su historia. Por eso quiero estar ahí”, señaló la expresidenta, en abierta alusión al ciclo constituyente.
Tanto la expresión de Bachelet sintiéndose parte del proceso en curso como la reacción de Boric al rubricar esa pertenencia chocan de frente con los sucesivos intentos de distintas fuerzas del oficialismo por convertir la nueva carta magna en un parteaguas institucional con todo tiempo pasado. Qué decir de la intención manifiesta de excluir a los expresidentes (incluida Bachelet) de la ceremonia de presentación del texto.
En este como en tantos otros episodios, los intentos del presidente de ampliar la cancha y sumar jugadores surgen a contrapelo de unas bases cuya pulsión natural es a cerrar el libro de pases y llevarse la pelota para la casa. Pero esa dialéctica entre un presidente que le habla a las grandes mayorías y una coalición que prefiere las actitudes de nicho, que fue una pieza fundamental para el triunfo electoral, comienza a ser problemática ahora que toca gobernar.
Que Boric no es santo de la devoción de muchos sectores de izquierda no es un misterio. Por lo pronto, buena parte de los votantes de Jadue en la primaria ven en la figura del hoy mandatario a un socialdemócrata más y desconfían de sus convicciones trasformadoras. Pero es precisamente esa distancia con los grupos más químicamente puros la que le ha permitido al presidente salir sucesivamente al rescate de su gobierno y frenar la abrupta caída de éste en las encuestas. La fórmula, sin embargo, no podrá usarse a cada rato.
Las recientes y calculadas apariciones del mandatario en la cuenta pública primero y la gira internacional después, fueron de gran ayuda para su imagen en general. En ellas, así como en otras intervenciones de menor calado, el mandatario se distancia de las actitudes más sectarias y particularistas de sus aliados para entregar mensajes amplios, moderados y con continuidad histórica: debemos abrazar la responsabilidad fiscal; es muy bueno que se reconozca el aporte de todos quienes nos antecedieron; no hay fórmulas mágicas, son algunas de las expresiones con las que Boric ha salido al paso de las piras y pancartas de sus aliados más impacientes.
Y la verdad es que el gambito hasta ahora funciona cuando lo que se enmienda es una declaración desafortunada o un acto procedente de otras sedes (como la convención), pero la pirueta es cada vez más difícil y menos efectiva cuando se trata de enmendar la acción del propio gobierno o la dialéctica de éste con sus coaliciones en el Congreso.
De esto pueden dar fe los descuelgues del Frente Amplio en la votación de la ampliación del estado de excepción en la macrozona sur; también las ácidas críticas del oficialismo hacia Giorgio Jackson y la creciente desconfianza entre ambos. Le guste o no a la mano derecha del presidente, el gobierno si tiene una agenda obligada y otra voluntaria con el actual Congreso y aunque en el desdén del ministro a cargo de esa relación se trasluce el deseo de rebarajar cuanto antes esas fuerzas (de la mano de la nueva constitución), lo cierto es que, mientras tanto, en las dos reformas más ambiciosas anunciadas hasta ahora (la tributaria y la previsional) será el actual Congreso, con todo su olor a los 30 años, la pareja con la que deberá bailar el Gobierno.
La disonancia entre el mandatario y sus bases no es una anécdota y revela un problema en crecimiento: en ausencia de Boric, el comunismo; el feminismo; el ambientalismo; el socialismo democrático; la generación emergente y la generación de la transición, son fuerzas que se mueven de forma independiente y muchas veces contradictoria. Y aunque el mandatario si logra darles cobertura simbólica, su gobierno no ha logrado pasar de ser una comunidad de techo entre todas esas fuerzas y constituirse en su casa común. Ese es el verdadero déficit político de la actual administración y ahí se incuban las dificultades que crecientemente está enfrentando para conducir el gobierno
Esta fractura entre la dirección en la que habla el presidente y la que describen sus aliados tendrá cada día más efectos en la gestión gubernamental y la receta de esperar a septiembre para que la nueva constitución arregle, mágicamente, lo que la ausencia de cohesión y unidad de propósito horada hoy es tan ingenua como peligrosa.
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